Cuando se distribuyen las labores del hogar entre todos los miembros de la familia, no solo se mejora la convivencia, sino que también se brindan lecciones educativas alrededor de la cooperación, la autonomía y la responsabilidad.
Tener una casa en orden exige tiempo y esfuerzo, además es un reto diario que no puede detenerse pues aumenta como bola de nieve. Sólo quien conoce al detalle esta gran responsabilidad, sabe lo que implica las demandas de toda una familia. Por eso, aunque parece un tema sencillo, casi trivial, en el fondo es de gran importancia por las implicaciones que tiene en la vida personal y familiar.
La madre no debe hacer todo
Independiente de si trabajan por fuera o no, si cuentan con ayuda doméstica o no, las mujeres, por lo general, son las que se encargan de hacer de la casa un verdadero hogar, velando que todo marche sobre ruedas. Pero esta responsabilidad no debe ser exclusiva de las madres, si todo el peso cae sobre ellas terminarán agotadas y lo más probable es que también se altere la armonía del entorno.
Es por eso que las tareas que surgen en el hogar deben ser asumidas por todos, incluyendo el marido, los hijos o demás personas que conviven bajo un mismo techo. “El trabajo del hogar es una responsabilidad de todos. Todos deben hacerse cargo de construir la familia y lo doméstico forma parte del cuidado del espacio territorial familiar.
Trabajo en equipo que fortalece la familia
Cuando en un hogar se siente la participación de cada miembro de la familia, se respira también un ambiente de mayor unión familiar. Y es que cada miembro del grupo, por joven que sea, puede aportar su grano de arena para ayudar en las tareas que a diario hay que realizar en casa.
Pero no solo es cuestión de propiciar el trabajo en equipo y la sana convivencia, la realización de los quehaceres domésticos les enseña a los hijos a valorar el esfuerzo que otros hacen por ellos, a ejercitar la responsabilidad, la voluntad, la autoestima, la disciplina, la solidaridad, la gratitud y además les hace sentirse miembros activos, ya que en parte, depende de ellos el buen funcionamiento del hogar. Parte de estas lecciones serán determinantes para formar una personalidad autónoma basada en el esfuerzo y en la capacidad de valerse por sí mismos.
Tareas para todos
Las labores deben realizarse en función de la edad y deben plantearse de manera atractiva. No hay que esperar a que los hijos tengan 12 años para empezar, puesto que ya puede ser tarde y es posible que no tengan la misma disposición.
Contrariamente en los más pequeños, la admisión es inmediata. El niño se siente aceptado, útil y querido ante una sencilla responsabilidad. “Lo que para nosotros supone un acto rutinario, para él es algo nuevo y propio de `mayores´. Un buen planteamiento es proponer retos y evitar las órdenes. Por ejemplo, decir: ¿serías capaz de preparar tu desayuno? Y celebrar siempre sus logros.
Se debe empezar con labores básicas como recoger los juguetes, ordenar la habitación, llevar la ropa sucia a su lugar, poner y recoger la mesa. Y así gradualmente se podrá ir aumentando el grado de dificultad y el número de actividades. En el caso de los adolescentes las tareas serán mayores, se les puede enseñar a preparar recetas de cocina, a lavar la ropa, etc.
Es importante que los padres muestren a sus hijos cómo se realiza cada actividad, pues los niños necesitan saber con exactitud lo que se espera de ellos. Asimismo se sugiere enseñar un trabajo a la vez para no confundirlos, sobre todo cuando los hijos están pequeños.
Por último, los niños deben comprender por qué ayudar es importante en sus vidas, en este caso se beneficia la familia entera y se sentirán autónomos.
Artículo publicado en lafamilia.info
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