En el hogar se hace posible un aprendizaje que resulta imprescindible: la necesidad de contar con los demás en nuestra vida, respetando y desarrollando los vínculos que nos entrelazan a unos con otros. Comprender que he de darme gustosamente cada día, viviendo con una sana atención y servicio a las personas que me rodean, es uno de los grandes tesoros que las familias, brindan a sus propios miembros y a toda la sociedad.
En esta escuela del amor que caracteriza a la familia, cuya base es el olvido de uno, se adquieren hábitos que necesariamente repercuten en beneficio del tejido social, a todos los niveles. Por eso la familia es la célula de la sociedad y corrompida la familia corrompida queda la sociedad y la sociedad entra en una patología de muerte. Así lo vemos desgraciadamente, en tantos y tantos jóvenes que hoy en vida van al matrimonio sin saber qué es.
Los esposos deben comprender la gran proeza que implica la fundación de una familia, la educación de los hijos, la irradiación de valores a los hijos que repercutirán en la sociedad. De esta conciencia de la propia misión dependen en gran parte la eficacia y el éxito de su vida: su felicidad. Felicidad que no está en buscarse cada uno a si mismo, sino en todo lo contrario, en saber darse y comprender a los demás.
En este ejercicio de amor, de ceder por amor, hay que también tener en cuenta que este amor es y sólo vale la pena si dirige a nuestros hijos, por eso hay que asumir la responsabilidad de su educación
La educación corresponde principalmente a los padres. En esa tarea, nadie puede sustituirnos: ni el Estado, ni la escuela, ni el entorno. Supone una gran responsabilidad, un reto estupendo, de cuyo ejercicio consecuente dependen el presente y el futuro de los propios hijos y de la sociedad.
El ideal de los padres se concreta en llegar a ser amigos de sus hijos: amigos a los que se confían las inquietudes, con quienes se consultan los problemas, de los que se espera una ayuda eficaz y amable. La amistad con los hijos requiere tiempo y empeño constante por atenderlos, estar interesados por sus cosas, compartir con ellos afanes y proyectos.
Los padres podemos y debemos prestar a nuestros hijos una ayuda preciosa, descubriéndoles nuevos horizontes, comunicándoles nuestra experiencia, haciéndoles reflexionar para que no se dejen arrastrar por estados emocionales pasajeros, ofreciéndoles una valoración realista de las cosas. Unas veces prestaremos esa ayuda con su consejo personal; otras, animando a los chicos a acudir a otras personas competentes: a un amigo leal y sincero, a un experto en orientación profesional.
Hay que enseñarles a nuestros hijos las obligaciones que corresponden a su situación como personas. Se trata, en definitiva, de acompañarles en el camino de la vida en las cosas más terrenas y en aquellas más altas.
Así pues cuando uno entiende así las cosas, se percata que es el matrimonio y nuestros hijos el mejor negocio.
Referencia / Artículo original publicado en:
http://affscz.blogspot.mx/2009/05/mi-familia-mi-mejor-empresa.html
ALEJANDRO Y MARCIA CRONENBOLD
Asociación familias formando familias - A3F
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